jueves, 11 de junio de 2009

Version del cartógrafo































Pieza realizada a tamaño real en caramelo
Prueba 1






La palabra “caníbal” tiene su origen en la palabra “Caribe” y en las acusaciones que los arahucanos hacían a tribus vecinas relacionadas con su aparente brutalidad. Pues una cosa es cierta, el “caníbal es siempre el otro”.

En los estudios de las tribus o clanes sudamericanos numerosos antropólogos se han encontrado con que son las tribus vecinas las que reciben el calificativo de caníbales. Los autóctonos de un clan prevén al extranjero de lo que se puede encontrar conforme avanza en la selva. De igual forma cada tribu se designa a sí misma con calificativos como “los verdaderos”, “los buenos”. Se cumple el precepto que llevo afirmando desde un primer momento, el terror por la alteridad.

Aún así, existen diferentes tribus en las que se han registrado distintas formas de canibalismo. Los kwakiutl (Vanccover), por ejemplo, realizaban un canibalismo ritualmente impuesto con un sentido catártico y el posterior vómito de lo ingerido. Los dogon (Mali) se comían el propio prepucio en una ceremonia, lo que nos permite recordar la cantidad de metáforas caníbales relacionadas con la sexualidad.

Los ojos del caníbal:
La diversidad evidente de formas de canibalismo, nos lleva a mencionar aquellas que tienen lugar en el mundo animal, como una forma de ratificar que es un fenómeno que tiene lugar y en el que conviene pensar. Para comparar ambas formas de canibalismo me gustaría apuntar lo siguiente: una de las razones de canibalismo animal, al menos la que más me ha llamado la atención, es su sistema de identificación del otro. La alteridad, concretada en un individuo, no se interpreta por recuerdos o por asimilación de rasgos morfológicos, como sucede en el ser humano, sino por mecanismos químicos como el olor. El retraso en la descodificación de las feromonas del congénere o las posibles perturbaciones del medio son las principales causas del canibalismo. De ahí que en ciertos trabajos relacionados con la antropofagia, como es el caso, por ejemplo, de la Baba Antropofágica de Lygia Clark se cubran los ojos de aquellos que toman parte. Buscamos la mirada del caníbal, los ojos de Saturno devorando a su hijo. Es una mirada desbordada en un rostro demudado, es la repentina corrección de la miopía. El caníbal en su mirada adopta cierta actitud soberana en el orden de la posesión del extraño. Comprende que se le atribuye una importancia digestiva, como asimilador de la cultura, asimilador del otro, puede llegar a comprender y en sus ojos se revela la sabiduría de una adivina que lee tripas de pescado.

Esa revelación que entrevemos en su mirada y esos orígenes rituales nos llevan a rozar el esoterismo. A menudo aparece asociado el término caníbal al brujo, como una forma de explicar, o más bien, no explicar, las relaciones entre el hombre y los hechos desafortunados, que no se comprenden del todo, en ese caso, la culpa será “del otro”. De aquello cuyos límites no somos capaces de franquear y precisamente por ello los situamos en el ámbito de lo bestial. Dicho lo cual es muy habitual que en las acusaciones de brujería encontrásemos al condenado envuelto a su vez en supuestos actos zoofílicos, necrófilos, caníbales, incestuosos... César Matínez, escultor mejicano (1962) dentro de este ámbito conflictivo nos plantea sus PerforMANcenas, en las que elaboraba esculturas comestibles a tamaño real de un hombre o una mujer e invitaba al público a participar del banquete.

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