martes, 22 de julio de 2008

Cartas a Paul: Kapitel 1

“Creo que nunca se llega a un acuerdo sino por desprecio, y que toda armonía entre humanos es afortunado fruto de un error”¹

Estas piezas que nos ofrece Paul Valéry pueden servir para organizar nuestros pensamientos de un sin fin de formas, como si de un mecano se tratase. Prefiero hablar de mecano, pues el puzzle está sin duda sobrevalorado, las piezas parecen dispares, pero el resultado final se manifiesta como verdad única anticipada por la fotografía de la caja.

Yo he ido aunando ideas valiéndome de estas piezas para establecer relaciones que espero que en el papel resulten tan nítidas como en mi mente.

Ya que de escribir se trata y aunque parezca un inicio algo pretencioso, creo que es buena idea comenzar con las virtudes de un libro de las que nos habla Valéry.

El libro, dórico, jónico y corintio:

Nos introduce en dos formas diferentes de enfrentarnos a la apertura de un libro y por tanto, dos formas distintas de “herirlo”, provocando cierta deformidad y las consabidas arrugas en la zona de la cubierta.

La primera de ellas nos sugiere un ágil movimiento de ojos, que se posan como mariposas de palabra en palabra, tras un salto que no cuenta. Dicho acto se basa en la sustitución de la percepción visual de cada signo por un recuerdo que se actualiza en cada instante en acontecimientos del espíritu. La condición fundamental que rige este sistema de lectura lineal es la visión nítida, la legibilidad.

Sin embargo, pese a que el ya citado es el método habitual, se nos ofrece otro sistema igualmente válido de enfrentarnos a esta apertura, que no habrá sido en demasiadas ocasiones concebida como crimen, pero que a mí me servirá, como se verá más adelante. Este otro sistema se aproxima a la concepción arquitectónica de un conjunto, es decir, la hoja impresa constituye una imagen. La tipografía es equiparable a frontones, capiteles y columnas que erigidos armónicamente contribuyen a la legibilidad de la arquitectura. Así justifica Valéry el componente artístico de la imprenta, pues como todos sabemos, lo propio del artista es saber escoger y él es el encargado de saber elegir entre los distintos órdenes arquitectónicos para constituir esta obra final.

Esta segunda visión que nos ofrece Valéry de la lectura alude a su vertiente morfológica y por tanto la libera de ser objeto fetiche del espiritualista, pudiendo serlo sin duda del coleccionador de imaginarios. El espiritualista, en detrimento de la materia, dedica tiempo exclusivamente a aquello que la vista no alcanza y desprecia el placer local. El cuerpo desaparece consumido por el espíritu…

Este fanatismo tiende por tanto a la disolución del cuerpo. Un cuerpo que materializado en desnudo ha requerido también dos tipos de lecturas, que culminan en la inevitable apertura en canal.

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