martes, 22 de julio de 2008

Cartas a Paul: Kapitel 3

7 velos:

La desnudez de una Venus, o de cualquier mujer, pues la belleza tiene muchas formas y públicos, la transforma en un objeto de deseo, un objeto psíquico, que diría Freud. Lo primero de lo que hablamos al ver una figura desnuda no está relacionado con el intelletto, concetto o idea que deben imponerse según Vasari, sino con que esa persona está como dios la trajo al mundo. Si quieres llamar la atención no hace falta que te vistas, pues la desnudez comparece con violencia en el mundo social.

“Y habiendo pasado ya casi la hora quinta del día, y habiéndose adentrado ya una medía milla por el pinar, no acordándose de comer ni de ninguna otra cosa, súbitamente le pareció oír un grandísimo llanto y ayes altísimos dados por una mujer, por lo que, rotos sus dulces pensamientos, levantó la cabeza por ver qué fuese, y se maravilló viéndose en el pinar; y además de ello, mirando hacia adelante vio venir por un bosquecillo bastante tupido de arbustillos y de zarzas, corriendo hacia el lugar donde estaba, una hermosísima joven desnuda, desmelenada y toda arañada por las ramas y las zarzas, llorando y pidiendo piedad a gritos; y además de esto, vio a sus flancos dos grandes y feroces mastines, los cuales, corriendo tras ella rabiosamente, muchas veces cruelmente donde la alcanzaban la mordían; y detrás de ella vio venir sobre un corcel negro a un caballero moreno, de rostro muy sañudo, con un estoque en la mano, amenazándola de muerte con palabras espantosas e injuriosas.”▪

Una vez concluida y asimilada la diferencia entre forma y deseo, es decir, desnudo y desnudez, teóricos como Bataille se apresuran a asegurar que no toda desnudez es obscena. Para convencernos de ello propone aprehender la desnudez según el “horizonte que esta deja entrever en lugar de proceso”. Es decir, se la concibe como “un deslizamiento hacia algo que elude incesantemente la representación nítida”.

La desnudez se desliza en escena, salta a la vista de la misma forma que un bailarín. Ambos constituyen un objeto psíquico, aunque en el bailarín no tiene por qué ser la finalidad última, ya que puede provocar infinitud de estados en el espectador, pero, de nuevo, eludiendo su representación nítida.

Según las palabras de Paul Valéry la danza es una forma de “arte por arte” cuya finalidad no entra en el ámbito de la racionalidad y se nutre de movimientos poco económicos funcionalmente. La danza es una forma de “organizar nuestros movimientos de disipación”.

La danza no pertenece al grupo de las consideradas artes de primer nivel (pintura, escultura y arquitectura) al igual que el teatro, pues esas son artes en la que es fundamental la presencia del tiempo, el constante movimiento. Este factor es incompatible con el otro grupo de artes, interesado en la quietud, en eliminar la movilidad favoreciendo la comprensión y en crear metáforas a partir de la realidad.

En danza, sin embargo, la inmovilidad no ha lugar, es algo impuesto, forzado, una mera transición, un estado de violencia. Todo lo contrario sucede en el mundo cotidiano, en el que los movimientos buscan la mayor economía posible para alcanzar lo antes que se pueda el estado de quietud.

“[la danza introduce en un estado] que no puede prolongarse, que nos pone fuera o lejos de nosotros mismos, y en que lo inestable no obstante nos sostiene mientras que lo estable sólo figura en él por accidente, nos da idea de otra existencia totalmente adecuada a los momentos más raros de la nuestra, y compuesta toda por valores límite de nuestras facultades. Pienso en lo que vulgarmente se llama inspiración…” ¹

Equiparable a este estado del que nos habla Paul Valéry, casi de enajenación puntual es el deseo de posesión derivado de la visión del objeto. Como bien claro nos deja unas líneas más abajo:

“Jamás danzarina humana, jamás mujer ardiente ebria de movimiento, del veneno de sus fuerzas desbordadas, de la presencia ardiente de miradas cargadas de deseo, expresó la imperiosa ofrenda del sexo, la llamada mímica del deseo de prostitución como esta gran Medusa que con las sacudidas ondulantes de su marea de faldas festoneadas, que alza y realza con extraña e impúdica insistencia, se transforma en el sueño del Eros, y de golpe, desechando todos sus vibrátiles volantes, sus faldas de labios recortados, se vuelve del revés y se ofrece furiosamente abierta.”

Este párrafo sin duda me recuerda a la mítica bailarina, Salomé, que pese a ser mujer y no medusa, encarnó todo este proceso ante el amante de su madre, Herodes. Uno a uno fue arrojando los velos que la arropaban y preservaban su desnudez del mundo para mayor locura de la concurrencia. Ella encarna una maravillosa conjunción entre danza y dibujo, conceptos desmenuzados por Valéry en su artículo referente a Degas. Salomé es primordialmente danza, pero también desnudo, y atendiendo a la concepción neovasariana de la que se habló anteriormente, es también dibujo.

Ella se transforma en un objeto psíquico, por estas dos razones de dibujo y danza (desnudez y danza) en un entorno digno de la atención del mismísimo Freud: Herodes seducido por la hija de su amante, a su vez casada con su hermano.

Salomé, como imagen debe ser rechazada por su propio creador, el hombre, especialmente en el entorno cristiano en el que se concibe por primera vez. Pero, como se dijo anteriormente este rechazo constituye una negación de la propia realidad del hombre, surgiendo por la contradicción odio y misoginia y el comienzo de una larga cadena de femme fatale.

Y precisamente por ello, igual que sucede con el desnudo, se convierte en una figura esencial en las representaciones artísticas, que la incrustan en el soporte y la detienen en su danza. La negación que encarna su imagen y la profundidad de sus estigmas generan sin duda una gran afinidad por parte de las artes de alto nivel, que la consideran la personificación de la seducción sexual, narcisista y sádica.

Pero no nos olvidemos de que en la Historia Universal de las Malas, Salomé ocupa el segundo lugar después de Eva. Aunque para ahondar un poco más en las contradicciones del hombre hemos de recordar que sus maldades son opuestas: Eva peca por desobedecer a Jehová, su padre y Salomé por obedecer a su mamá. Con lo cual queda demostrada la imposibilidad del género femenino para el bien: si desobedece, provoca la condena de toda la humanidad; si obedece, desencadena la concupiscencia, la lujuria y la muerte. En definitiva, pese a ello y por las razones dadas forman parte de un imaginario regido por la seducción y el terror ante las fantasías que provocan.

Salomé ha sido objeto de miles de representaciones artísticas dentro de las denominadas artes de primer nivel. Estas, como ya se ha dicho antes se caracterizan por la inexistencia del tiempo, condicionadas por la quietud occidental. Se ha llegado a considerar la pintura como un arte que elimina los placeres, que elimina el movimiento y por decirlo de algún modo la concupiscencia del deslizamiento. Como nos dice Paul Valéry, el bailarín danza y se detiene en pintura. Se detiene o le detienen, como sucede con Salomé. La bailarina deja de deslizarse en escena, de desnudarse y torna materia congelada. Las volutas de sus pies, sus ornamentos, repetidos en una incansable búsqueda de simetrías y repeticiones se petrifican. La realidad acaba siendo una metáfora.

Pero no siempre sucede así, como hemos visto en obras como la “Flamenca” que Picabia realizó para la portada del número 3 de la revista 391. De ella se ha dicho que “hace equilibrios entre la forma y el deseo, entre el punto geométrico y el flujo, entre la movilidad y la inmovilidad, entre el rostro y el suelo...". Acaba constituyendo una exhibición o imagen desnudada de representación en la que el artista trata de convertir en real la metáfora y se somete a un proceso inverso, una forma de salvarla.

La desnudez y la danza “eluden la representación nítida” precisamente porque ponen al ser en movimiento, lo sitúan en el deseo, en el deslizamiento. La imagen en movimiento ofrece un resultado borroso. El movimiento de deslizarse se acaba transformando en una dinámica de apertura. En definitiva, en la desnudez está implícita esta marabunta de contradicciones que la hacen indefinible, precisamente porque abre nuestro mundo, de la misma forma que un libro.

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