martes, 22 de julio de 2008

Cartas a Paul: Kapitel 2


Piedad para la Venus de carne!

El cuerpo desnudo que constituye la mayor ostentación de la belleza es sin duda el de la diosa Venus. En representaciones como la que Sandro Botticelli hizo de ella, la diosa se nos presenta casi pétrea, su desnudo se acaba transformando en celestial con objeto de trascender el motivo de su propia divinidad. Pero no podemos olvidar el carácter vergonzante de una arquitectura que aparece sin carcasas y totalmente de frente. La solución a este rubor nos la ofreció ya hace unos años Platón en bandeja de plata en su Banquete:

“Si no hubiera más que una Afrodita, no habría más que un Amor. Pero como ella es doble hay así mismo necesariamente dos Amores.”²

Aparece aquí el concepto de dualidad que se veía al abrir un libro, una morfológica y otra espiritual. El desnudo femenino encuentra su justificación en su división en Venus celeste y Venus natural, o vulgar, únicamente pudiéndose ser, en tiempos de Botticelli, poeta de la primera.

“He aquí el modo en que un cuerpo desnudado- esta especie de strip-tease pictórico, tan petrificado como desmelenado, frontalete exhibido pese a su gestualidad de pudor- se vuelve la encarnación, la desencarnación, más bien, del desnudo en tanto que género ideal”³

Resulta irónico, pero necesario ante los ecos de la mirada aún algo latente de Savonarola, buscar un medio de justificar el desnudo como forma artística ideal. Se elimina la carnalidad de la desnudez, demasiado empática, sexual y atrayente como para acceder a la esfera del “arte de alto nivel”. Sin embargo, no es otra cosa que esta descarnalización del cuerpo, con el fin de poder entrever una espiritualidad de hueso, la que conduce a la rotura, la atracción del filo y el corte de la carne.

La historia del Arte como disciplina humanista debe ingeniárselas para desexualizar y desculpabilizar la figura de la Venus, con otras soluciones al margen de estos planteamientos filosóficos. Para ello, a lo largo del tiempo se ha preocupado de vestirla bien. En primer lugar, se preocupa del revestimiento literario de la obra, coloca en primer término las “fuentes” (términos griegos o latinos menos perturbadores que una imagen directa) a modo de pololos, entonces la Venus pasa a transformarse en una ilustración. Pero todavía quedan más vestidos, ya que dichos pololos dejan entrever demasiada organicidad, hay que petrificarla en mármol, inexpugnable.

“Como si la Afrodita pintada por Apeles se hallara aún demasiado cercana- sin duda a causa del propio material: pigmento líquidos, ligamentos orgánicos-, demasiado próxima al torbellino originario, húmedo y humoral, afrodisíaco y anadyomeno, se creyó conveniente y útil fijar, petrificar, un poco más la figura femenina, se le fabricó entonces una vestimenta de mármol.” ³

Tras el ropaje literario y el marmóreo, se le buscó un ropaje ideológico, hecho a la medida de concretos preceptos filosóficos, que nublan el deseo rodeándolo de incomprensión y que conducen a una división del cuerpo. El simbolismo del desnudo se impone a la fenomenología de la desnudez.

Estas dos divisiones del cuerpo responden a dos posturas filosóficas. La primera de ellas atiende a los preceptos vasarianos que hablan de la preeminencia del dibujo en el marco implícito (digamos passe par tout) del deseo y en el marco, más explícito de todo aquello que, en pintura, guardaría relación con la fenomenología de la carne. El desnudo pierde su organicidad y pasa a ser sólo dibujo.

En este punto debemos tener en cuenta la importancia de la figura del teórico Vasari, uno de los grandes diseñadores de los preceptos artísticos de Renacimiento que hoy forman parte de la concepción casi inconsciente que todos tenemos del arte de alto nivel. Para él el desnudo acaba siendo un compendio de intelletto, concetto, idea y giudizio.

La otra postura amplía la visión vasariana a un nivel que podríamos decir kantiano, que establece la preeminencia de un juicio estético sobre un rechazo deliberado y expreso de toda empatía hacia una imagen. Si el desnudo es arte, debe poder castrarse de la desnudez y así separarse forma y deseo.

No podemos negar que en el fondo de nuestros modernos planteamientos del arte sigue vigente esta concepción neokantiana basada en el rechazo deliberado de la empatía hacia la imagen. El homo imago desvirtúa inconscientemente su propia base, y esta contradicción, entre muchas otras, provoca desconcierto, violencia, inadaptación…

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